Aquel luctuoso suceso quedaría grabado en la memoria colectiva como el momento en que se atrevieron a enfrentar la adversidad, si bien, la vergüenza de su cobarde comportamiento les acompañaría mientras vivieran.
Todo comenzó con la llegada de una forastera para cuidar a un solitario terrateniente enfermo a cambio de techo y comida. Su presencia en casa del acaudalado anciano llamó la atención de Nuno Tristão, un malnacido saltea caminos que holgazaneaba sin rumbo fijo por la comarca viviendo del trabajo y hacienda ajenos. Hablaban las lenguas que era buscado por una cuestión de sangre, asunto no confirmado, aunque ya sabemos que la imaginación de las gentes sencillas es muy fecunda, sobre todo cuando trata de encubrir o justificar sus propias debilidades. Muchos murmuraban y todos transigían, temerosos, las tropelías del bandido.
Nuno rondó a Vulpecia, que así se llamaba la moza, con agasajos y lisonjas para ganar su confianza y con la intimidación cuando no surtieron efecto. En un primer momento parecía que se conformaba con obtener la ropa, comida y dinero que ella escamoteaba del hogar. Por el contrario, su avaricia no tenía límite lo que provocaba en la muchacha desamparo, amargura y un miedo insoportable, ante la indolencia de sus vecinos y la impotencia del viejo que, postrado en su cama, asistía como obligado espectador al desarrollo de aquel drama que, día tras día, acrecentaba su intensidad. Como era de esperar, el criminal se instaló en la casa tomando posesión de todo cuanto guardaban sus paredes.
Indefensos, cuidadora y anciano resistían los antojos, vejaciones y maltrato del canalla que volcaba en ellos todas sus crueldades. Algunas veces, cuando volvía borracho exigía ciertas atenciones por parte de Vulpecia y ante su negativa, la tomaba a la fuerza. Una noche, el viejo intentó levantarse para defenderla en tanto que gritaba «Canalla, malnacido hijo de mala madre, bastardo… ¡déjala! Atrévete con un hombre» Nuno, furioso, le agarró por las orejas y comenzó a golpearle contra la pared con tanta violencia que su cara quedó convertida en un amasijo de carne, huesos y sangre.
Vulpecia aprovechó el momento para escapar, ¿qué otra cosa podría haber hecho la criatura?, chillando «Lo ha matado, lo ha matado… ¡Auxilio!» Corrió hasta la ermita donde buscó refugio convencida que nadie acudiría en su ayuda. Sabía que aquel animal la encontraría, como efectivamente sucedió. Apareció al rato con la ropa cubierta de sangre inocente, el rostro desencajado por la ira, blandiendo un garrote, imponiendo su sombra sobre la asustada chiquilla que esperaba agazapada su final.
—Maldita zorra asquerosa. ¿Ves lo que has conseguido? Tú eres la culpable de lo que ha pasado. Te voy a matar aquí mismo —amenazó.
El salvaje alzó la estaca y avanzó despacio regodeándose en el miedo que producía en su víctima. No tenía prisa. Verla temblar le producía un deleite próximo al orgasmo. Pero…, su momento de éxtasis se vio interrumpido por el eco de pasos y voces en el exterior. Sorprendido, se asomó a la puerta y contempló a los aldeanos en actitud desafiante.
—¡Asesino, canalla! —le increpaban.
—Esto no es asunto vuestro, imbéciles. Marchaos a casa, atajo de borregos. No me cabreéis —gritó, girándose para volver a entrar en la iglesia.
—¡Tú, cabrón, mírame! —escuchó a su espalda.
Nuno, se volvió con chulería para averiguar quién era esa mujer que osaba desafiarle. Aquello le excitaba sobremanera. Se encontró de súbito con la oscura boca del cañón de una escopeta de caza. Soltó el garrote, se llevó las manos al pecho y sintió el calor de su sangre entre los dedos. Ni siquiera escuchó el estruendo del segundo disparo.
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