«La librería es un lugar donde se crean y se satisfacen curiosidades»
Romano Montroni
Una librería es un lugar mágico donde satisfacer necesidades y dejarse arropar por la sabiduría del librero para crear otras. Porque este oficio es una hermosa vocación que, al margen de la actividad mercantil que sin lugar a dudas debe llevar a cabo el librero para sobrevivir, requiere unas cualidades que naveguen entre sus apetencias personales y las características de cada lector que se acerque a sus dominios.
Como amante de los libros, en mi juventud, casi en otra vida, tuve la osadía de iniciarme en este oficio de la mano y buen consejo de mi llorado amigo Vicente Santos, propietario de “Vicente Libros”; sin embargo mi camino fue por otros derroteros. Siempre me decía a mí mismo: «Cuando me jubile abriré una librería»; tampoco pudo ser.
Cuenta Umberto Eco en la presentación de la obra «Vender el alma: el oficio de librero», de Romano Montroni (Fondo de Cultura Económica. 2007), que «en toda librería se venden almas: por un lado cada libro encierra el espíritu de su autor y por el otro el librero responde a un pacto al estilo de Fausto, quien a cambio de sabiduría ofreció su alma a Mefistófeles».
Los tiempos actuales no parecen ser muy propicios, a primera vista, para iniciar una actividad librera sobre la que planeará sin dar tregua la sombra del enemigo amazónico quien presume de ser la librería más grande del mundo. Sin embargo, ese gigante de las ventas en la mayoría de los casos es un intermediario que trata la mercancía como un mero objeto de consumo. De esto nos habla Alberto Manguel escritor, editor y traductor argentino-canadiense en su artículo «Amazón, el librero que no conoce sus libros» (The New York Times, 25/11/2018).
Por muy grande y muy poderoso que sea económicamente el gigante, por muy extenso que sea su catálogo de ofertas, por muy corto que sea el período de entrega, o muy bueno su algoritmo poniéndote en la pantalla sus interesadas “obras relacionadas”, o aquella de “otras personas compraron…”, le falta algo esencial en una librería: el alma.
El librero real, ávido lector seguramente él mismo, conoce sus libros, a sus clientes. Les aconseja no solo dándoles lo que buscan, sino haciéndoles encontrar lo que no buscan. Anima las conversaciones sobre libros que conducen a un aumento de la comunidad de lectores.
Una noche fría de invierno una amiga me soltó de sopetón:
—¡Tenemos librería en el barrio! ¿No te has enterado?
—Ni idea, ¿dónde?
—A la vuelta de la esquina —contestó Belén— Tenéis que verla.
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Una librería en el barrio era un acontecimiento tan extraordinario como cuando al coronel Aureliano Buendía su padre le llevó a conocer el hielo.
Salimos en tromba a ver el escaparate. Nos plantamos ante el cristal escrutando en su interior: la zona infantil, la juvenil, la mesa de novedades, la disposición de los anaqueles, el mostrador, los libros dispuestos en el escaparate…, deseando que llegara el día siguiente para visitarla.
Entrar en «Entre páginas de Libros», es encontrar a viejos amigos y a desconocidos que llegarán a serlo. Pedir consejo acerca de qué regalar a alguien que no tiene por costumbre leer o con gustos muy específicos de los cuales desconozco todo. Confiar en el buen criterio profesional. Es encargar un libro sin importar cuántos días tardará en llegar.
Porque Teresa es una librera que ha construido alrededor de los libros una sociabilidad entre vecinos a través de las actividades que promueve: Club de Lectura, cafés literarios, cuentacuentos, Taller infantil de animación a la Lectura, presentaciones de libros, fiesta con sorpresas el Día del Libro, y sobre todo, su exquisita disposición para cada tipo de lector.
Cuenta en su Blog que los libros le han regalado los mejores sueños de su vida y que de uno de esos sueños nació la necesidad de compartir con otras personas todas las emociones que emanan de sus lecturas. Un sueño que se ha hecho realidad. Para nosotros, lectores irredentos, enamorados de nuestro barrio, es una satisfacción formar parte, aunque sea en una mínima porción, de ese sueño.
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«Cuentan que Teresa es en estos momentos reina de un país en el que por todas partes pueden hallarse luminosos bosques de Navidad y transparentes castillos de mazapán; en una palabra, las cosas más magníficas y maravillosas si se tienen ojos para ello» [Final del Cuento].
Y como siempre, un regalo para ti: El Hada de azúcar y el príncipe Orgeat, del Acto II del ballet “El Cascanueces” de Piotr Ilich Tchaikovski, basado en el cuento “El Cascanueces y el rey de los ratones” de E.T.A. Hoffmann.
Nos vemos pronto, Amigo Lector. ¡Que tengas un buen día y estupendas Lecturas!
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